Tómense un momento antes de salir huyendo de este artículo y piensen que quizás les afecte más de lo que creen.
Vamos a ello.
La ley enunciada viene a decir así: Cuándo algo no está bajo tu control, a más esfuerzo haces por controlarlo, más se descontrola.
Esta ley es aplicable a una amplia variedad de fenómenos como nuestros pensamientos, emociones y conductas.
A nivel de pensamientos , todos hemos oído hablar de la paradoja del “elefante rosa”, por el cual, si intentas no pensar en ese elefante, como consecuencia no podrás dejar de pensarlo.
A nivel de emociones, quién no ha pasado por la desagradable e incómoda experiencia de ponerse rojo como una bombilla delante de gente, intentar a toda costa controlar ese “semáforo en que se ha convertido nuestra cara”, y cuánto más deseamos que se baje , más se mantiene para nuestro bochorno y vergüenza.
Otro ejemplo posible afecta al sueño. Cuando llevamos varios días durmiendo mal, una noche necesitamos imperiosamente dormir porque al día siguiente tenemos que estar frescos por un examen o por cualquier evento que nos interesa mucho. A más intentamos dormirnos, menos lo conseguimos.
Y podemos también hablar de muchos problemas de erección en hombres donde tras un “fallo”, se desarrolla el miedo a que vuelva a pasar, y cuánto más deseamos que no pase, más miedo tenemos y más probabilidad de que vuelva a producirse esa incómoda situación.
Viene a ser como un anzuelo, un instrumento que los humanos hemos desarrollado para atrapar peces. El anzuelo está diseñado para que el esfuerzo por soltarse y liberarse que hace el pez, justamente sea la trampa que le hace quedar cada vez más atrapado.
Por qué ocurre esto.
Por suerte tenemos explicaciones.
Nuestro sistema nervioso cuenta con un equipamiento para reaccionar de forma automática, sin pensar , ante los peligros y situaciones de amenaza real o sentida. Cuando nuestros sistemas de detección (sentidos o cerebro) notan una amenaza, organizan una respuesta de nuestro cuerpo destinada a protegernos (el reflejo de lucha-huida), que suele incluir aumento de la tasa cardíaca y respiratoria, tensión muscular, secreción de adrenalina y cortisol que son las hormonas del estrés, etc…
Nuestro sistema nervioso autónomo simpático es el responsable de toda esa respuesta coordinada. No hay nada que pensar, el cuerpo reacción sin pedirnos opinión.
Pero hay un problema. Nuestra mente no sólo considera una amenaza la aparición de un depredador, alguien que nos ataca, un coche que viene en nuestra dirección , etc, sino que considera como amenazas motivos mentales. Por ejemplo, pensar que nos va a dar un infarto, que se están burlando de nosotros, que vamos a fracasar en un proyecto, que nuestra pareja nos está engañando y se va a marchar… y un largo etcétera.
En estas situaciones, nuestro sistema nervioso reacciona como si hubiera un peligro real y desencadena una respuesta similar a la que hemos descrito antes. Quizás menos intensamente pero sí de forma más prolongada.
Pues bien, para nuestro cerebro temblar delante de gente, sentir que se nos aceleran las pulsaciones, ponernos rojos en presencia de público o no poder dormirnos a voluntad son “peligros”. Cuando intentamos contener esos peligros, pensar que no podemos es otro “peligro”, y cuánto más intentamos controlar sin conseguirlo, más interpreta nuestro cerebro esa situación como peligro. Y ya saben, ante el peligro hay una respuesta automática de estrés. Se inicia así un círculo vicioso que provoca es retroalimentación .
De nuevo la mejor vía de solución es una paradoja, es decir, implica no hacer o hacer lo contrario de lo que nuestro instinto nos pide. A veces funciona mejor no intentar dormirse, o aceptar que ya llegará sin obligarme, no luchar contra la sensación, pensamiento, etc que me atenaza.
Algo así como aconsejar al pez que ha picado el anzuelo que deje de tirar para librarse, que espere a ver si hay menos tensión y logra escapar….