Es muy fácil estar de acuerdo con esta frase. Está presente en libros de autoayuda, mensajes por redes sociales animándonos a vivir el momento, disfrutar cada instante. Parece difícil resistirse a su lógica y su magnetismo.
Otra cosa sería si es tan fácil de conseguir.
Pero en este espacio quiero reflexionar sobre otro aspecto quizás menos conocido y menos fotogénico para tener éxito en las redes.
Decía Serwin Nulan , cirujano estadounidense, : “al sabio consejo de que hay que vivir cada día como si fuera el último, habría que añadir la recomendación de vivir cada día como si fuéramos a permanecer en la tierra para siempre”.
Vaya , esta frase pone más difícil encontrar la actitud más adecuada. Pero entremos al detalle.
Nada nuevo que no supieran ya nuestros abuelos, ¿ os suena la fábula de la cigarra y la hormiga?.
Realmente sólo existe el momento presente. Incluso cuando recordamos el pasado o anticipamos el futuro, lo hacemos en el presente. Sin embargo, vivimos cada vez más tiempo en esa realidad paralela que es nuestra mente, la mayor parte sin controlar claramente a dónde nos lleva en su navegación. Es decir, estamos en el presente, pero rumiando mil cosas, sin ver y vivir lo que tenemos delante.
Vivir el presente, entonces, ¿es disfrutar siempre?. ¿Se trata de hacer cosas que nos apetecen, no dejar escapar ninguna oportunidad de pasarlo bien, elegir siempre lo que me va a dar más satisfacción?. Los neurólogos y psiquiatras nos dicen que nos arriesgamos a la tiranía de estar enganchados a una sustancia, la Dopamina, el llamado neurotransmisor del placer, de tal forma que nos convertimos en auténticos adictos a la gratificación inmediata, buscando siempre ese terrón de azúcar en cada acción.
En los años 60 del siglo pasado, Walter Mischel, un psicólogo de la Universidad de Stanford hizo un curiosísimo experimento en el que encerraba a niños pequeños en una habitación y les decía: te voy a dar esta golosina tan rica, ya es tuya. Voy a salir un rato , si cuando vuelva no te la has comida te doy otra más. Hubo reacciones de todo tipo. Hubo quien esperó y quién aplicó la máxima de “más vale pájaro en mano que ciento volando”.
Lo verdaderamente sorprendente vino en un seguimiento muchos años después, en el que comprobó que los niños que habían esperado sin comerse la golosina tenían mejores resultados en cuanto a tener un trabajo mejor, menos problemas con el peso, en las relaciones de pareja o sociales, es decir, en general gestionaban mejor su vida.
Puede ser que esperar no fuera la única razón de ese éxito y otras condiciones también influyeran.
Pero nos ayudó a pensar en la “demora de la gratificación” (saber esperar para conseguir algo agradable) como una variable que ayuda a vivir mejor.
No es difícil ver ejemplos de esto. Estudiar una examen (no gratificante a corto plazo) para poder sacar una buena nota o un trabajo mejor en el futuro, hacer ejercicio con el esfuerzo que supone en muchos momentos, para poder tener a medio plazo mejor forma física, sentirnos más saludables o un cuerpo mejor, y un larguísimo etcétera.

Simplemente me permito reflexionar que las fórmulas de felicidad simple que nos llegan más a menudo no son en absoluto la solución para todos los momentos ni para todo el mundo.
Si a ti no te encaja esta presión por buscar la felicidad exclusivamente disfrutando el presente, no tienes porqué tener ningún problema.